jueves, 20 de junio de 2013

Rompiendo los mitos de la Montaña


Excelente la SiCLeada N. 107 "Entre loma y loma todo el mundo goza llegando  a Villa Hermosa" Gracias a los vecinos de la 8 por recibirnos y a todos los barrios que visitamos con nuestra alegría y mensaje de utilizar la bici todos los días, Si Se Puede!

A todos en SiCLas, GRACIAS! Somos Colectivo.

Rompimos un mito, la montaña no es una excusa para rodar en Medellín en SiCLa, Si Se Puede!

martes, 18 de junio de 2013

Llueve

Llueve.
Por Daniel Gómez Gómez.
@borrasqa, danielgum@gmail.com

Llueve.
Mis pupilas se llenan con una imagen en blanco y negro de Lucho Herrera montado en su bicicleta, estirando los brazos hacia arriba. Tiene los ojos recios apuntando levemente hacia el infinito: No está mirando a Dios, tampoco está mirando al público; no está mirando nada: Es un monstruo poseído por la victoria. El lado izquierdo de su rostro está atravesado por unas zigzagueantes líneas negras. Lo mismo sucede con su brazo izquierdo que, bien extendido, termina en puño apretado con fuerza ínfima. Su rodilla izquierda también está manchada de negro.



Llueve. Pienso en Herrera. Pienso en el dolor que no siente su cuerpo, apabullado por la algarabía de miles de personas que celebran su paso por la meta. Pienso en sus ojos hieráticos que miran sin mirar, tal vez vueltos hacia el pasado, hacia los miles de kilómetros que lo separan de lo que tal vez alguna vez fue un sueño por cumplir, un sueño cumplido precisamente en ese momento, detenido para siempre en el tiempo, como provocando a la insensatez del olvido, haciéndose glorioso.




Llueve. El pavimento mojado a esta hora es tan negro y zigzagueante como la sangre que baja por el cuerpo de Herrera en esa imagen. Un hilito constante de agua sucia sube por mi espalda humedeciendo mi ropa. Las luces de los carros y de los semáforos parecen extenderse sin intenciones de parar en ningún punto de la existencia. Yo, tampoco quiero parar: Sigo pedaleando bajo la lluvia, excitado por el ritmo de la llovizna, viéndome como un gigante cuando las luces de los carros detrás de mí proyectan diluida mi sombra sobre el piso.

Llueve. Las gotas caen sobre mi piel como si fueran punticas de pies de millares de bailarincitas de falditas elevadas por el viento danzando con la música barroca que producen los motores, pitos y gritos en la vía. Permito que mi cuerpo sea partícipe del baile, que la cadencia de mis pedaleos marque el tempo de la obra; dejo que mis sentidos se expongan, me dejo envolver en la eterna dinámica del movimiento que nos sugiere desde la inexistencia el universo. Y allí voy junto a los otros: Más despacio, pero no más lento. Tranquilo, musical, libre.

Llueve. Es cierto: he perdido el miedo. Ya casi nada impide que prefiera DOS RUEDAS por encima de cuatro, y, es que menos puede ser a veces mas que más. Es cierto también que la violencia latente ruge sobre mi lado izquierdo innumerables veces, que los aullidos metálicos de los pitos intentan sabotear mi baile con sus filos. Es cierto que siempre me estremezco cuando miro al lado derecho y veo el fantasma de una bicicleta posar estático ante mis ojos, como recordándome que el pavimento ahí se ha manchado de negro; como el brazo o la pierna en la imagen de Lucho.


Llueve. Pienso en Herrera, en su rostro ensangrentado hinchado de victoria mientras la lluvia que cae va lavando el pantano que me tiran las ruedas. Pienso en la voluptuosa sensación de felicidad que me produce ir sobre la bicicleta, aún bajo la lluvia. Pienso en el inmenso deseo que tengo de vivir, de sentir, de arriesgar, de revertir, de confrontar, de discutir, de amar, de soñar; de gritar, bailar, oír, pedalear… Pienso también que esos deseos que saltan en mi cuerpo son la fuerza infinita que permiten que cada vez que salgo de casa montado en la bici pueda regresar a ella vivo, más vivo cada día.

Llueve. ¿Y qué importa si no quiere parar? Si yo tampoco quiero parar. Lucho Herrera “El Jardinerito”